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Este año repetimos por segundo año consecutivo en los pueblos de Djilas (Fatick) y Ngohé (Tataguine). Arrancamos con 1029 personas inscritas, de las cuales 1000 son mujeres y 29 hombres.

Si bien seguimos trabajando en los mismos pueblos, este año vamos a llegar a barrios bastante más remotos, en nuestro intento de llegar a toda la comunidad para que el cambio sea conjunto y en la misma dirección. Además, los centros y puestos de salud de estas zonas se servirán de nuestra colaboración para poder llegar a la población que aún desconfía de la medicina moderna y hace uso de ella sólo en casos de emergencia y no de atención temprana o prevención.

Este inicio de curso viene marcado por historias reales que nos motivan a seguir siempre presentes, mejorando y ampliando nuestra formación en terreno por muy complicados que sean los tiempos.

Cuando decimos que este curso empodera a las mujeres, es porque cada año vemos cómo tanto alumnas como tutoras y coordinadoras ascienden socialmente, son más respetadas por la comunidad y ellas se sienten más seguras de sí mismas. Así nos lo trasladan ellas mismas en historias como la de Binta y Marie:

Binta es tutora del curso. El año pasado venía con su hijo pequeño dormido en su espalda mientras ella aprendía y participaba activamente en las reuniones de equipo. Desde el principio, la participación de Binta fue muy notoria por su implicación y su afán de hacer su trabajo lo mejor posible, siempre utilizando materiales adicionales para que sus alumnas comprendan de la mejor manera cómo prevenir las enfermedades más comunes que afectan a su comunidad.

Marie era alumna de Binta en la edición del año pasado. En verano detectó que un familiar tenía los mismos síntomas que, según había estudiado en el curso de “Educación para la Salud”, correspondían a la Tuberculosis pulmonar (tos, fatiga, falta de apetito, sudores nocturnos, fiebre, etc.). Para asegurarse, llamó a Binta, quien lo derivó al centro de salud para hacerle la prueba. El resultado fue positivo. Marie y Binta no sólo salvaron la vida de la persona enferma, sino del resto de familiares que pudieron haberse contagiado si seguían manteniendo el contacto. Estas mujeres siempre habían tenido un rol importante en sus comunidades, pero ahora, al menos, se les reconoce y visibiliza.

Historias como estas son las que demuestran que la formación empodera, ayuda a mejorar nuestros niveles de vida y ¡hasta nos la puede salvar!
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